viernes, julio 25, 2008

Cuba

Por una América que sea territorio libre de imperialismo

Por Pablo Kilberg
(Escrito en Julio de 2004, en ocasión del 51º Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada)

El 26 de Julio de 1953, la ciudad de Santiago de Cuba se despertó con el tableteo de las ametralladoras y un intenso tiroteo de armas de diversos calibres que hizo salir de sus casas a gran parte de sus habitantes, a excepción de los que a esa hora - cinco y quince de la mañana - se encontraban en la calle de regreso a sus casas después de una noche de carnaval.

Un grupo de ciento sesenta y cinco jóvenes, que habían llegado a la ciudad desde diversos puntos, no estaba allí para festejar el carnaval. Esos jóvenes revolucionarios, cuyo heroísmo pasaría a la historia, asaltaron el cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar del país. Los atacantes del Moncada habían decidido reivindicar la memoria de José Martí en el año de su centenario.

Al frente del grupo iban Fidel Castro y, como segundo jefe, Abel Santamaría.

El día siguiente, los diarios de Santiago de Cuba titulaban: “Asaltado Moncada, 48 muertos y 29 heridos” , “Loca aventura de un grupo de jóvenes que intentaron tomar la fortaleza”.

El combate había sido feroz, y en él murieron seis de los combatientes rebeldes, y la respuesta del ejército de la dictadura a esta “osadía”, brutal: cincuenta y siete de los asaltantes fueron capturados y torturados hasta la muerte. El paralelo con el ataque al Cuartel de La Tablada, en Argentina, es inevitable para quien hoy visite el Museo del Moncada: las fotos de los jóvenes asaltantes destrozados por el ejército de Batista, tienen un raro parecido a las imágenes con las que la TV argentina bombardeó a la población allá por enero del 1989, como escarmiento para que a nadie se le ocurra repetir una “locura” semejante.

Para los jóvenes de la Generación del Centenario, la acción del 26 de Julio no era una “loca aventura”. La reivindicación de José Martí como “autor intelectual” de la heroica gesta del Moncada, como señalara Fidel Castro en el juicio en el que -por supuesto- ya estaban condenados de antemano (otro paralelo con los jóvenes de La Tablada) es una muestra de ello.

EL PEQUEÑO MOTOR QUE ECHÓ A ANDAR EL MOTOR GRANDE

Aunque la acción no fue un éxito en el plano militar, no puede obviarse que fue un rotundo triunfo en lo político.

El ataque al Cuartel Moncada despertó a Cuba de una larga pesadilla. Fue la chispa que encendió la mecha de la revolución en un país agobiado por las cadenas neocoloniales que lo ataban al atraso, al hambre, al analfabetismo, a la desocupación masiva, a la corrupción y la entrega de los políticos y gobernantes.

Los jóvenes del “26 de Julio”, como luego se llamó el movimiento que encabezó, dirigió y llevó al triunfo al pueblo cubano, tenían, junto a una firme convicción patriótica, una decisión y una meta revolucionaria: terminar con la injusticia y construir un futuro digno de ser vivido.

También un alto grado de audacia, algo que en la teoría y la práctica de las fuerzas revolucionarias de aquella época no era muy habitual. Esta “herejía” estaba lejos de los manuales y la tradición política vigentes en esos días, pero fuertemente atada a la historia de lucha independentista comenzada en la Isla por los combatientes “mambises” de fines del siglo XIX y continuadora de la gesta libertaria de Martí.

Con estos “ingredientes” se nutre la Generación del Centenario, la trae al presente y la proyecta al futuro, logrando que a poco más de cinco años de la aparente “derrota” del Moncada, el torrente revolucionario del pueblo, encabezado por el Ejército Rebelde, derrote a la dictadura el 1º de Enero de 1959.

LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ

Luego del ataque, algunos pocos revolucionarios logran replegarse y escapar a la feroz cacería que el ejército desató en la ciudad de Santiago. Entre ellos Fidel, el jefe de los rebeldes. No obstante, el 31 de julio es detenido y llevado a juicio.

El entonces joven abogado de 26 años asume en la parodia judicial su propia defensa y la de sus compañeros, transformándose en acusador del régimen y sus crímenes, y proclamando las bases de un programa revolucionario.

Las leyes que los rebeldes iban a proclamar al país luego de la toma del cuartel “devolvían al pueblo la soberanía, concedían la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, sub-colonos, arrendatarios, aparceros y precaristas que ocupen parcelas de cinco o menos caballerías; otorgaban a los obreros y empleados el derecho a participar del 30% de las utilidades de todas las empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros; concedían a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña; la confiscación de todos los bienes de todos los malversadores de todos los gobiernos y a sus causahabientes y herederos en cuanto a bienes de procedencia mal habida”.

También se proclamaba que “la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del Continente” y que “los perseguidos políticos de las sangrientas tiranías que oprimen a naciones hermanas, encontrarían en la patria de Martí (...) asilo generoso, hermandad y pan”.

Además, preveía otra serie de leyes como “la reforma agraria, la reforma integral de la enseñanza y la nacionalización del trust eléctrico y el trust telefónico”.

El alegato de Fidel contiene también una caracterización medulosa de la estructura económico-social de la Cuba de esos días, lo que le permite definir con claridad, en un extenso párrafo, al sujeto histórico de la Revolución, el papel de la vanguardia, su rol en la lucha revolucionaria y su relación con las masas.

En este histórico trabajo, asimismo proclama “el derecho de rebelión contra el despotismo”, revindica “la resistencia activa frente a las arbitrariedades de la autoridad”, y apoyándose en diversos textos de antiguos pensadores, da ejemplos históricos, donde “no sólo admitían sino que apologetizaban sobre la muerte violenta de los tiranos”, afirmando que “el pueblo tiene derecho a tomar las armas para oponerse a cualquier usurpación” y que “cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para éste el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes”.

Y una y otra vez vuelve sobre Martí: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la Patria.”

DE CUBA PARA TODA AMÉRICA

El frente del Cuartel Moncada, hoy “Ciudad Escolar 26 de Julio”, aún conserva las huellas de aquella batalla de hace 51 años. Y la memoria de todo el pueblo cubano guarda de manera especial el heroísmo de aquellos jóvenes. Pero el ejemplo de los moncadistas trasciende largamente las fronteras de esa isla que hoy, socialista, hizo realidad sus sueños y rebeldías.

Porque las razones del Moncada siguen vigentes en nuestro continente hambreado, humillado y pisoteado por los mismos gringos chupasangres de entonces, y sus lacayos locales de ahora.

Contra ellos se levantaron Fidel, Abel Santamaría y luego todo el pueblo cubano, con el “Movimiento 26 de Julio” como herramienta para arrebatarles el poder.

Contra ellos se levantaron también nuestros héroes, los 30.000, en otro ejemplo de entrega y heroísmo.

Contra ellos harán falta, hoy más que ayer, muchos moncadistas, para declarar definitivamente a Nuestra América:

“TERRITORIO LIBRE DE IMPERIALISMO”.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

No hay comentarios.: