sábado, julio 28, 2007

PATRIOTISMO POPULAR EN LAS TRADICIONES PERUANAS


Con motivo de la celebracion de las Fiestas Patrias se recuerda, generalmente, el Acto de Proclamacion de la Independencia realizado por el General San Martin el 28 de Julio de 1821. El Peru se inflama de rojo y blanco en estos dias; respirando los aires de libertad, que sentimos al no estar sujetos a la cadena espanola. Pero, en realidad, … aun no somos libres

El obrero peruano, el campesino peruano, el pueblo peruano vive cada dia una realidad de miseria y de opresion, como muchos pueblos esclavos.

Somos esclavos del capitalismo. Penden sobre nuestras vidas la cadena oprobiosa del capital. El Estado peruano no es el Virreynal que rendia cuentas a la Corona espanola. Es un Estado dependiente, que rinde cuentas (economicas, politicas, sociales) al capital financiero; llamese Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Club de Paris, Banco Interamericano de Desarrollo, Pentagono, Casa Blanca, etc., etc.

Los gobernantes peruanos se escandalizan ante la posibilidad de que algun pais, diferente al de Estados Unidos, pretenda ejercer influencia sobre la politica y la vida del pueblo; pero viven, de manera natural, su estado de sujecion al imperialismo norteamericano; haciendo oidos de lo que diga su Embajador en nuestro pais, viajando a la potencia del norte para rogar por unas u otras peticiones, favoreciendo economica y juridicamente a las transnacionales, etc., etc.

Es decir, ya no vivimos bajo un colonialismo monarquico; pero el pueblo sufre la opresion de una nueva forma de colonialismo. El capital domina economicamente y, en retribucion de ello, el Estado lo favorece, y se engarza con sus intereses. La lucha por liberarnos del capital pasa, pues, necesariamente, por el proceso de liberarnos del imperialismo.

Somos hijos de aquel coloso inca que, antes de verse prisionero de las garras espanolas, prefirio lanzarse desde lo alto de su fortaleza: Cahuide. Descendemos de aquel guerrero invencible que combatio de igual a igual con las armas espanolas: Manco Inca. Somos descendientes de aquel luchador inmortal que, aunque le cortaron la cabeza y sus cuatro extremidades, no pudieron matarlo: Tupac Amaru. Somos herederos directos de aquel pescador chorrillano que, aunque le arrancaron las unas y lo sometiron a mil torturas, no delato a sus companeros de lucha: Jose Olaya. Provenimos del mismo pueblo que dio su vida en Ayacucho y el 2 de mayo de 1866, para sellar con sangre nuestra liberacion del colonialismo espanol.

Mineros, campesinos, obreros, pescadores, estudiantes, trabajadores de toda condicion: aun tenemos muchas paginas de heroismo popular por concretar.

El pueblo peruano tiene una rica trayectoria de lucha heroica contra la opresion. Las generaciones contemporaneas no renunciaremos a esta valiosa tradicion. Al contrario, los pueblos de la ciudad y del campo estan ahora levantando, y cada vez mas en alto, los emblemas rojos de la lucha contra el imperialismo y el capital.

* * *

Recordemos, con Ricardo Palma, las labores conspirativas que un sencillo vendedor de platos y ollas realizaba en la lucha por liberarnos de Espana, por los dias de 1821.

De las tres partes que tiene esta Tradicion, peruanos influenciados por el espíritu colonialista, que no quieren hacerse problemas con el por venir, se complacen con resaltar solo la parte que recuerda escenas pintorescas en la vida colonial, sin darse cuenta que la verdadera tradicion que eleva Palma es la de la lucha, la de la conspiracion con “la olla revolucionaria”, la del compromiso del pueblo peruano con su futuro.

arturo_chavez_peru@yahoo.es

Lima, 27 de julio de 2007.

Con dias y ollas venceremos

A principios de junio de 1821, y cuando acababan de iniciarse las famosas negociaciones o armisticio de Punchauca entre el virrey La Serna y el general San Martin, recibio el ejercito patriota, acantonado en Huaura, el siguiente santo, sena y contrasena: Con dias -y ollas- venceremos.

Para todos, exceptuando Monteagudo, Luzuriaga, Guido y Garcia del Rio, el santo y sena era una charada estupida, una frase disparatada; y los que juzgaban a San Martin mas cristiana y caritativamente se alzaban de hombros murmurando: «¡Extravagancias del general!».

Sin embargo, el santo y sena tenia malicia o entripado, y es la sintesis de un gran suceso historico. Y de eso es de lo que me propongo hoy hablar, apoyando mi relato, mas que en la tradicion oral que he oido contar al amanuense de San Martin y a otros soldados de la patria vieja, en la autoridad de mi amigo el escritor bonaerense D. Mariano Pelliza, que a vuela pluma se ocupa del santo y sena en uno de sus interesantes libros.


I

San Martin, por juiciosas razones que la historia consigna y aplaude, no queria deber la ocupacion de Lima al exito de una batalla, sino a los manejos y ardides de la politica. Sus impacientes tropas, ganosas de haberselas cuanto antes con los engreidos realistas, rabiaban mirando la aparente pachorra del general; pero el heroe argentino tenia en mira, como acabamos de apuntarlo, pisar Lima sin consumo de polvora y sin lo que para el importaba mas, exponer la vida de sus soldados; pues en verdad no andaba sobrado de ellos.

En correspondencia secreta y constante con los patriotas de la capital, confiaba en el entusiasmo y actividad de estos para conspirar, empeno que habia producido ya, entre otros hechos de importancia para la causa libertadora, la defeccion del batallon Numancia.

Pero con frecuencia los espias y las partidas de exploracion o avanzadas lograban interceptar las comunicaciones entre San Martin y sus amigos, frustrando no pocas veces el desarrollo de un plan. Esta contrariedad, reagravada con el fusilamiento que hacian los espanoles de aquellos a quienes sorprendian con cartas en clave, traia inquieto y pensativo al emprendedor caudillo. Era necesario encontrar a todo trance un medio seguro y expedito de comunicacion.

Preocupado con este pensamiento, paseaba una tarde el general, acompanado de Guido y un ayudante, por la larga y unica calle de Huaura, cuando, a inmediaciones del puente, fijo su distraida mirada en un caseron viejo que en el patio tenia un horno para fundicion de ladrillos y obras de alfareria. En aquel tiempo, en que no llegaba por aca la porcelana hechiza, era este lucrativo oficio; pues asi la vajilla de uso diario como los utensilios de cocina eran de barro cocido y calcinado en el pais, salvos tal cual jarron de Guadalajara y las escudillas de plata, que ciertamente figuraban solo en la mesa de gente acomodada.

San Martin tuvo una de esas repentinas y misteriosas inspiraciones que acuden unicamente al cerebro de los hombres de genio, y exclamo para si: «¡Eureka! Ya esta resuelta la X del problema».

El dueno de la casa era un indio entrado en anos, de espiritu despierto y gran partidario de los insurgentes. Entendiose con el San Martin, y el alfarero se comprometio a fabricar una olla con doble fondo, tan diestramente preparada que el ojo mas experto no pudiera descubrir la trampa.

El indio hacia semanalmente un viajecito a Lima, conduciendo dos mulas cargadas de platos y ollas de barro, que aun no se conocian por nuestra tierra las de peltre o cobre estanado. Entre estas ultimas y sin diferenciarse ostensiblemente de las que componian el resto de la carga, iba la olla revolucionaria, llevando en su doble fondo importantisimas cartas en cifra. El conductor se dejaba registrar por cuanta partida de campo encontraba, respondia con naturalidad a los interrogatorios, se quitaba el sombrero cuando el oficial del piquete pronunciaba el nombre de Fernando VII, nuestro amo y senor, y lo dejaban seguir su viaje, no sin hacerle gritar antes «¡Viva el rey! ¡Muera la patria!». ¿Quien demonios iba a imaginarse que ese pobre indio viejo andaba tan seriamente metido en belenes de politica?

Nuestro alfarero era, como cierto soldado, gran repentista o improvisador de coplas que, tomado prisionero por un coronel espanol, este como por burla o para hacerlo renegar de su bandera le dijo:

-Mira, palangana, te regalo un peso si haces una cuarteta con el pie forzado que voy a darte:

Viva el septimo Fernando

con su noble y leal nacion.

-No tengo el menor conveniente, senor coronel -contesto el prisionero-. Escuche usted:

Viva el septimo Fernando

con su noble y leal nacion

de que en mi no tenga mando...

y venga mi patacon.

II

Vivia el Sr. D. Francisco Javier de Luna Pizarro, sacerdote que ejercio desde entonces gran influencia en el pais, en la casa fronteriza a la iglesia de la Concepcion, y el fue el patriota designado por San Martin para entenderse con el ollero. Pasaba este a las ocho de la manana por la calle de la Concepcion pregonando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Ollas y platos! ¡Baratos! ¡Baratos!, que, hasta hace pocos anos, los vendedores de Lima podian dar tema para un libro por la especialidad de sus pregones. Algo mas. Casas habia en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregon de los vendedores ambulantes.

Lima ha ganado en civilizacion; pero se ha despoetizado, y dia por dia pierde todo lo que de original y tipico hubo en sus costumbres.

Yo he alcanzado esos tiempos en los que parece que, en Lima, la ocupacion de los vecinos hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticacion llamados dientes y muelas. Juzgue el lector por el siguiente cuadrito de como distribuian las horas en mi barrio, alla cuando yo andaba haciendo novillos por huertas y murallas y muy distante de escribir tradiciones y dragonear de poeta, que es otra forma de matar el tiempo o hacer novillos.

La lechera indicaba las seis de la manana.

La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregon a las siete en punto.

El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba ¡a la cuajadita!, designaban las ocho, ni minuto mas ni minuto menos.

La vendedora de zanguito de naju y choncholies marcaba las nueve, hora de canonigos.

La tamalera era anuncio de las diez.

A las once pasaban la melonera y la mulata de convento vendiendo ranfanote, cocada, bocado de rey, chancaquitas de cancha y de mani, y frejoles colados.

A las doce aparecian el frutero de canasta llena y proveedor de empanaditas de picadillo.

La una era indefectiblemente senalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero.

A las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con sus pregones.

A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito clamoreaban con mas puntualidad que la Mariangola de la Catedral.

A las cuatro gritaban la picantera y el de la pinita de nuez.

A las cinco chillaban el jazminero, el de las caramanducas y el vendedor de flores de trapo, que gritaba: ¡Jardin, jardin! ¿Muchacha, no hueles?

A las seis canturreaban el raicero y el galletero.

A las siete de la noche pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.

A las ocho el heladero y el barquillero.

Aun a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o sacristan de la parroquia salia con capa colorada y farolito en mano pidiendo para las animas benditas del purgatorio o para la cera de Nuestro Amo. Este projimo era el terror de los ninos rebeldes para acostarse.

Despues de esa hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes, cantando, entre piteo y piteo: «¡Ave Maria Purisima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Peru, y sereno!». Que eso si, para los serenos de Lima, por mucho que el tiempo estuviese nublado o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno! Y de sesenta en sesenta minutos se repetia el canticio hasta el amanecer.

Y hago caso omiso de innumerables pregones que se daban a una hora fija.

¡Ah, tiempos dichosos! Podia en ellos ostentarse por pura chamberinada un cronometro; pero para saber con fijeza la hora en que uno vivia, ningun reloj mas puntual que el pregon de los vendedores. Ese si que no discrepaba pelo de segundo ni habia para que limpiarlo o enviarlo a la enfermeria cada seis meses. ¡Y luego la baratura! Vamos; si cuando empiezo a hablar de antiguallas se me va el santo al cielo y corre la pluma sobre el papel como caballo desbocado. Punto a la digresion, y sigamos con nuestro insurgente ollero.

Apenas terminaba su pregon en cada esquina, cuando salian a la puerta todos los vecinos que tenian necesidad de utensilios de cocina.

III

Pedro Manzanares, mayordomo del senor Luna Pizarro, era un negrito retinto, con toda la lisura criolla de los budingas y mataperros de Lima, gran decidor de desvergüenzas, cantador, guitarrista y navajero, pero muy leal a su amo y muy mimado por este. Jamas dejaba de acudir al pregon y pagar un real por una olla de barro; pero al dia siguiente volvia a presentarse en la puerta, utensilio en mano, gritando: «Oiga usted, so cholo ladronazo, con sus ollas que se chirrean toditas... Ya puede usted cambiarme esta que le compre ayer, antes de que se la rompa en la tutuma para ensenarlo a no enganar al marchante. ¡Pedazo de pillo!».

El alfarero sonreia como quien desprecia injurias, y cambiaba la olla.

Y tanto se repitio la escena de compra y cambio de ollas y el agasajo de palabrotas, soportadas siempre con paciencia por el indio, que el barbero de la esquina, andaluz entrometido, llego a decir una manana:

-¡Corcholis! ¡Vaya con el cleriguito para cominero! Ni yo, que soy un pobre de hacha, hago tanta alharaca por un miserable real. ¡Recorcholis! Oye, macuito. Las ollas de barro y las mujeres que tambien son de barro, se toman sin lugar a devolucion, y el que se lleva chasco ¡contracorcholis! se mama el dedo menique, y ni chista ni mista y se aguanta el clavo, sin molestar con gritos y lamentaciones al vecindario.

-Y a usted, so godo de cuernos, cascabel sonajero, ¿quien le dio vela en este entierro? -contesto con su habitual insolencia el negrito Manzanares-. Vaya usted a desollar barbas y cascar liendres, y no se meta en lo que no le va ni le viene, so adefesio en misa de una, so chapeton embreado y de ciento en carga...

Al oirse apostrofar asi, se le avinagro al andaluz la mostaza, y exclamo ceceando:

-¡Maria Zanticima! Hoy me pierdo... ¡Aguardate, gallinazo de muladar!

Y echando mano al punalito o limpiadientes, se fue sobre Perico Manzanares, que sin esperar la embestida se refugio en las habitaciones de su amo. ¡Quien sabe si la camorra entre el barbero y el mayordomo habria servido para despertar sospechas sobre las ollas; que de pequenas causas han surgido grandes efectos! Pero, afortunadamente, ella coincidio con el ultimo viaje que hizo el alfarero trayendo olla contrabandista: pues el escandalo paso el 5 de julio, y al amanecer del siguiente dia abandonaba el virrey La Serna la ciudad, de la cual tomaron posesion los patriotas en la noche del 9.

Cuando el indio, a principios de junio, llevo a San Martin la primera olla devuelta por el mayordomo del Sr. Luna Pizarro, hallabase el general en su gabinete dictando la orden del dia. Suspendio la ocupacion, y despues de leer las cartas que venian en el doble fondo, se volvio a sus ministros Garcia del Rio y Monteagudo y les dijo sonriendo:

-Como lo pide el suplicante.

Luego se aproximo al amanuense y anadio:

-Escribe, Manolito, santo, sena y contrasena para hoy: Con dias -y ollas- venceremos.

La victoria codiciada por San Martin era apoderarse de Lima sin quemar polvora; y merced a las ollas que llevaban en el vientre ideas mas formidables siempre que los canones modernos, el exito fue tan esplendido, que el 28 de julio se juraba en Lima la Independencia y se declaraba la autonomia del Peru. Junin y Ayacucho fueron el corolario.

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