martes, octubre 24, 2006

No es Iraq, es Venezuela

No es Iraq, es Venezuela
Alberto Cruz

La situación en Iraq no es buena para los EEUU. No lo ha sido nunca, pero se está a años luz de Vietnam, por poner el fácil ejemplo que tanto gusta. Nos perdemos en la cifra de soldados muertos, en si la ratio es más o menos alta y nos animamos pensando en una derrota imperial. No. Si ahora Bush utiliza esta comparación es sólo por cuestiones de política interna, por las próximas elecciones, y para dejar claro que no tiene que ocurrir lo mismo. EEUU no se puede permitir el lujo de salir derrotado de Iraq porque eso supondría el fin de su hegemonía a nivel mundial. No había que ser muy perspicaz para analizar que sólo cabían tres posibilidades: la retirada de los ocupantes (que supondría una derrota), la estabilidad política incierta (puesta en marcha con la celebración de elecciones) y la guerra civil (en la que ya se está, aunque se pueda denominar “de baja intensidad”).

No obstante, será en las elecciones del 7 de noviembre en las que se vea si Iraq es determinante o no para un cambio en la correlación de fuerzas, aunque los demócratas tampoco se retirarán del país. Sin embargo, una derrota de Bush y un triunfo demócrata permitiría llegar a un acuerdo con quien realmente tiene la llave de la estabilidad: Muthada al Sadr. De hecho, el aumento de muertes de soldados de EEUU se debe no sólo a las acciones de la guerrilla suní, sino a los combates con integrantes del Ejército del Mahdi, como los de Diwaniya, tras la captura por los ocupantes de uno de sus principales dirigentes. Tan es así la cosa que el primer ministro colaboracionista ha “exigido” a las tropas de EEUU que pongan lo pongan en libertad para no provocar más enfrentamientos armados.

Sorprende que haya muy pocos análisis de lo que realmente le importa a los EEUU: el control del petróleo. Guste o no, el petróleo iraquí –a pesar de los reiterados ataques de las diferentes organizaciones guerrilleras contra los oleoductos- está controlado. Así hay que interpretar el plazo dado al gobierno colaboracionista de Maliki para que en diciembre, como máximo, apruebe una ley para liberalizar el sector –es decir, quedará en manos de cuatro grandes compañías, todas occidentales, especialmente las reservas- y modernizar las instalaciones. Esto se hará, además, para cumplir una de las condiciones del FMI para otorgar créditos a Iraq. El objetivo estratégico de EEUU en Iraq es controlar el petróleo y, con él, derribar definitivamente el poder de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), teniendo en cuenta también que Iraq cuenta con unas importantes reservas de gas natural

Estabilizar la producción petrolífera de Iraq y conseguir su retorno a la OPEP con todos sus derechos ­–durante la época del embargo al que fue sometido el país tras la guerra con Kuwait su producción estaba sometida a un riguroso régimen fiscal dentro del programa Petróleo por Alimentos- fue una de las prioridades iniciales de EEUU tras la ocupación, máxime en unos momentos en los que la producción de los países que no son miembros de esta organización había comenzado a declinar y estaba a punto de ser sobrepasada por la producción de los países OPEP, por lo que el mundo industrializado no podrá buscar mercados alternativos a los de esta organización. En este sentido, no hay que perder de vista las maniobras de EEUU en África.



Por lo tanto, normalizar la producción de petróleo de Iraq ha sido siempre la prioridad de EEUU, por encima de cualquier otra, porque de esta forma le convertiría en el principal servidor de sus intereses en una doble vía dentro de la OPEP: garantizar un aumento de la producción para que el precio del barril no supere los 30 dólares y asegurar que no se va a cambiar el dólar como moneda de transacción financiera en detrimento del euro, como hizo en su momento Saddam Hussein y ahora preconizan otros países como Irán o, en menor medida, Rusia. En estos momentos Iraq exporta 2’05 millones de barriles diarios (cifras de la OPEP en el mes de septiembre) y se pretende llegar a los 3’5 millones en dos años, para lo que son necesarias unas inversiones de entre 3.000 y 5.000 millones de dólares.



La estrategia energética de Washington supone que a mediados de 2007 la producción haya alcanzado los 2’8 millones de barriles diarios e incluye, entre otras cosas, el incumplimiento por Iraq de las cuotas de bombeo fijadas por la OPEP para provocar una severa contracción de los precios a corto plazo. Esto alarma a otros países productores, que consideran que hay que estabilizar el precio entre los 50-60 dólares por barril y no permitir en ningún caso que se llegue a los 30 dólares, como al inicio de la guerra contra Iraq en 2003. Esta es la razón por la que la OPEP, a iniciativa de Venezuela, está dispuesta a estudiar un recorte de la producción para impedir que el precio del barril continúe bajando. Será en la reunión ordinaria que la OPEP va a celebrar en Qatar como preludio de la extraordinaria que tendrá lugar en Abuja (Nigeria) el 14 de diciembre próximo.





Dignidad, soberanía y autodeterminación

Esta es la razón por la que Venezuela se ha convertido en la principal amenaza para los intereses estratégicos de EEUU. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, ex consejero de Bill Clinton en su etapa como presidente de los EEUU y ex vicepresidente del Banco Mundial, lo dice muy claro en su último libro, “Haciendo funcionar la globalización”. EEUU ha estado detrás de todos los intentos desestabilizadores y golpistas contra Chávez, pero lo que no le perdona es que haya tomado en sus manos el control de la industria petrolera, y sus rentas. Stiglitz hace un reconocimiento expreso de los cambios en los contratos petroleros de Venezuela para obtener las mejores condiciones para su país y que se vienen traduciendo en las ingentes ayudas para mejorar el nivel de vida de la población a través de las famosas “misiones” en educación, salud, alimentación, etc.



Los medios estadounidenses editorializan regularmente con tres cuestiones y por este orden: Venezuela y su influencia en América Latina; la guerra en Iraq, y el pulso con Irán. Ahora se añade Corea del Norte, que circunstancialmente ha pasado el primer plano. Chávez es visto como el “heredero rico [por el petróleo y el gas] de las ambiciones revolucionarias de Fidel Castro” y el principal desestabilizador del continente, con mención expresa a dos países: Ecuador y Nicaragua. Las recientes elecciones en Ecuador y las del mes que viene en Nicaragua han encendido todas las alarmas. Incluso se recuerda que Lula ha repuntado en la intención de voto y que será reelegido sin duda en la segunda vuelta de las elecciones el 29 de octubre, “lo que puede hacer que renueve su agenda izquierdista”. Hay que recordar que Lula ha sido duramente criticado por el Movimiento Sin Tierra, por ejemplo, en lo que atañe a la reforma agraria, en la adopción de medidas a favor de la multinacional de transgénicos Monsanto y en la aplicación de una política macroeconómica de claro corte neoliberal y que por ello en la primera vuelta electoral esta organización, y otras, le retiraron su apoyo.



Estos tres elementos, Ecuador-Nicaragua-Brasil son considerados “vitales” para que “no se haga más daño a las relaciones de EEUU con América Latina” y conjurar “el peligro del chavismo-castrismo” que ya se ha asentado, según estos análisis, en Bolivia y Argentina. De hecho, el jefe del Comando Sur, general Bantz Craddock, ha mostrado públicamente su preocupación porque un triunfo de Rafael Correa ponga en peligro la presencia de EEUU en la base de Manta (18 de octubre de 2006). Esta base es parte importante del Plan Colombia, diseñado con una estrategia regional y con la vista puesta en Venezuela puesto que la Revolución Bolivariana se ha convertido en una amenaza estratégica para los EEUU por su independencia política internacional y el liderazgo regional que está logrando. No hay que olvidar importantes cuestiones como la creación de Petrocaribe, el gasoducto del sur, el Banco del Sur o el Bono del Sur (con Argentina), por citar sólo la última iniciativa y para la que Venezuela ya ha destinado mil millones de dólares.

La escenificación de lo que está sucediendo en la ONU con la votación del país latinoamericano que tiene que ocupar el puesto en el Consejo de Seguridad como miembro no permanente es tremendamente gráfica. Es una lucha que pone de manifiesto la valentía de un país por hablar con otra voz en este foro y el miedo de otro a que dicha voz se oiga. En la ONU ha entrado muy pocas veces el aire fresco. Si exceptuamos los discursos del Che y Arafat ante la Asamblea General, nunca hasta la llegada de Chávez EEUU había sufrido una bofetada tan contundente en su casa. Una humillación que no se perdona y la campaña de EEUU para que Venezuela no sea elegida es algo más que una anécdota.

Lo que se está viendo en la ONU es un logro de Venezuela: ha puesto de manifiesto que no se ha terminado la guerra fría, que continúa la polarización mundial entre los países –casi habría que decir mejor gobiernos- que se pliegan a las presiones estadounidenses y los que mantienen su apuesta por la dignidad, soberanía y autodeterminación de los pueblos.

Son muchos, en muchas partes del mundo, quienes ven con admiración el ejemplo de Venezuela. Desde México (es muy recomendable la lectura del editorial del diario La Jornada del día 18 de octubre) a la India (The Telegraph, también el día 18). El primero dice que “más allá de juicios ideológicos, la llegada de Caracas al Consejo de Seguridad es deseable por una razón: mientras que Guatemala no enfrenta ningún amago externo, Venezuela es, hoy, un país sometido al la hostilidad imperial, y el puesto le daría mayor margen de defensa, así sea diplomática, ante los cada vez más desembozados planes intervencionistas de Washington”. El segundo va más allá y, con el título “¿Bush o Chávez?”, acusa a su gobierno de haberse dejado presionar por EEUU para no votar a Venezuela, donde sí hay embajada de India y no en Guatemala, por ejemplo, y finaliza con el siguiente párrafo: “India no ha afirmado su independencia en política exterior, no ha hecho valer sus intereses nacionales [en referencia al floreciente mercado que supone Venezuela y su petróleo]. La moraleja de la historia es la siguiente: cuando sus intereses están en juego, los americanos no dejarán ninguna piedra sin remover”. Lo que dice el diario hindú se puede aplicar a todos los países que a última hora decidieron no votar por Venezuela, como es el caso de Chile, entre otros.

Y el hecho de que Venezuela aguante la presión y no retire su candidatura pone otra vez de manifiesto el uso que EEUU hace de una organización inoperante y la necesidad imperiosa de su reforma.

Si antes de la invasión de Iraq en marzo de 2003, y al calor de la Doctrina de Seguridad Nacional establecida por Bush, para los EEUU la ONU era irrelevante, tras el fiasco de la ocupación del país árabe han triunfado aquellos que, como Michel Ignatief o Robert Kagan, preconizaban que había que hacer de este foro multinacional un “suministrador de legitimación política” siempre y cuando, claro está, que se reflejen en sus resoluciones los intereses nacionales estadounidenses. A ello se han dedicado, concienzudamente, desde entonces tal y como pone de manifiesto el veto a Venezuela y lo que este país representa.

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