martes, octubre 24, 2006

Ilusiones sobre el vacío: un año de gobierno de Néstor Kirchner

Ilusiones sobre el vacío: un año de gobierno de Néstor Kirchner

Miguel Mazzeo
Rebelión

"Al ser su vida pura pose y gesto, es incapaz de darse cuenta del poder y del peligro de un movimiento real y de unas palabras que no tienen un falso significado"
Joseph Conrad

"La esencia del espíritu -pensó para sí mismo- es elegir aquello que no mejora nuestra posición sino que la torna más riesgosa"
D. H. Lawrence

"Al final, la cosa pública quedó en las peores manos: en manos de los hombres con cerebros marchitos y con el corazón intimidado..."
Juan Domingo Perón

La derecha, liberal o fascistoide (sospecho que esta diferenciación ya casi no tiene sentido, y menos aún en la periferia) sostiene disparatada que el gobierno de Néstor Kirchner consuma el intento más sistemático de copamiento del país por parte de la izquierda y que avanza hacia la ideologización del mismo. Se incomoda ante el retorno a los cargos públicos de los "terroristas de los setenta". Ve una ofensiva contra el orden que, en este caso, estima, proviene del propio presidente y de su entorno. También se planta firme frente a un gobierno al que considera irresponsable por confrontar con los organismos internacionales.

Los grandes grupos económicos, la clase dominante argentina y los organizadores de su hegemonía, saben como defender sus intereses a corto y a largo plazo. Incluso a veces, deportivamente, exageran. Esto les genera una gran capacidad a la hora de las fantasmagorías (posiblemente sea fruto de la dipsomanía). Y aunque su aporte al pensamiento político y a la literatura suela ser más bien magro, siempre hay que tener en cuenta sus argumentos, sus arengas y sus balbuceos, incluso sus doctrinas más abominables, porque reflejan el estado de animo del poder. Claro, estos no pueden ser los ejes principales de nuestros análisis políticos. Y esto es precisamente lo que sucede: percibimos que se viene analizando la experiencia del gobierno de Kirchner desde los planteos de la derecha, desde sus temores atávicos y sus claves paranoicas, y no desde un nosotros que exprese un proyecto propio, una estrategia original de construcción de poder popular y una transparente vocación anticapitalista. Se trata de una evidente subordinación a la imposiciones ideológicas de las clases dominantes. Una muestra cabal de heteronomía y de carencia de estrategias autoreferenciadas (que no es lo mismo que autoreferenciales). Si pretendemos disputar un espacio de interpretación de la realidad, resultará indispensable tener en cuenta la realidad que queremos "representar", esto es: debemos ser profundos en el análisis de los hechos reales y los posibles.

La actitud expectante o el apoyo crítico o abierto de algunos sectores del campo popular al gobierno aparece como efecto de la creencia en que todas las opciones posibles al mismo son por derecha y que en el margen izquierdo aguarda el abismo o la quimera. Además está la figurita por demás difícil del aval de las Madres de Plaza de Mayo, la contundencia de la expropiación de la Escuela de Mecánica de la Armada (el principal campo de concentración durante la última dictadura militar en la Argentina) y la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los cambios en la Corte Suprema y también, por supuesto, las palabras inusuales en un primer mandatario argentino desde hace muchos años, el repudio verbal al neoliberalismo y algunos desenmascaramientos. Sin dudas, aquí se impone considerar la justa dimensión del impacto de la lucha de los organismos de Derechos Humanos y del conjunto de los movimientos populares.

Elisa Carrió y Leopoldo Moreau (los menciono y me percibo proclive a lo anecdótico), por su parte, no se opusieron al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Basan sus críticas en argumentos que boyan entre la inconsistencia y la superficialidad. Por ejemplo, la primera, parece considerar que las "deformaciones" (las mafias que denuncia habitualmente) no son inherentes al poder hegemónico, sino meros accidentes. La confianza en que la "voracidad" del capital puede controlarse y que los grupos económicos pueden domesticarse, la convierte, al igual que el presidente, en cultora de un imposible capitalismo periférico, normal y serio. Algunas figuras de la oposición, con pose de políticos escandinavos, presentan a la tentación "hiperpresidencialista" como un serio problema para la sociedad argentina.

Pero el hecho de que desde múltiples espacios de poder se vengan articulando grados de racionalidad por debajo de los estatales (reflejados en las opiniones de la derecha), y que en algunos espacios políticos opositores no se perciban diferencias sustanciales, no convierte al gobierno en nuestro aliado, aunque, aclaramos, tampoco es nuestro principal enemigo. Condición transitoria que no niega en absoluto la posibilidad de que pueda terminar siendo plenamente funcional a las clases dominantes. Estas ilusiones pueden verse como consecuencia de una desconfianza profunda en las potencialidades del campo popular. O como un efecto del desarraigo social de una organización política, de su carácter superestructural e inocuo. Estragos de la soledad, del vacío social y de la afasia que la puede llevar tanto al ultraradicalismo como a un degradado populismo que reformula alianzas con una inexistente burguesía nacional.

Entonces, con un sentido de la realidad tan pobre, con tanta predilección por las simetrías "con apariencia de orden", diría Jorge Luis Borges, se puede terminar identificando al gobierno como el opuesto esencial. Algunos partidos y organizaciones de izquierda no perciben que la dominación (de clase) exige un equilibrio entre el plano de la explotación económica, el de la política y el de la ideología. Un equilibrio que remite a la necesidad de controlar las distintas vertientes de la dominación (medios de producción, medios de administración y coerción y medios de consenso). Ralph Milliband recordaba que cada una de estas tres fuentes de control constituye "una parte en la estructura de dominación". Como sus esquemas cuadriculados y quietos inhiben la percepción de desequilibrios, contradicciones y fisuras, suelen desaprovechar algunas posibilidades ofrecidas por la coyuntura. Es más, esta predisposición a que se les desdibuje el locus del verdadero poder, los suele conducir periódicamente al ridículo tal como lo pusieron en evidencia los sectores del movimiento piquetero -el Partido Obrero y el MIJD de Raúl Castells-, cuando decidieron marchar -leprosos y culpables- en la segunda marcha del señor Blumberg.

Con tan poco hondura también se puede terminar apoyando al gobierno porque no se sabe que oponerle. O porque ese apoyo se concibe como un atajo: a algunos compañeros les parece más fácil y más eficaz crearle una representación social a Kirchner (introducirle un poco de mística y propuesta a un populismo remozado, insertarle un poco de la materia de la epopeya) y no crear la de una fuerza política popular radicalmente nueva y que esté a la altura del sueño emancipador auténtico. Intermitencias del posibilismo que viene de atrás. Otra forma de aferrarse a las ficciones de corto vuelo como la del "proyecto nacional" o la gesta patriótica encabezada por Kirchner.

Puede resultar esclarecedor analizar al gobierno a partir del horizonte que instaló el 19 y 20 de diciembre de 2001. Aquellos acontecimientos expresaron la crisis de las estructuras y los modos de hacer - pensar la política en la Argentina y la improductividad de todos los trayectos subordinados al pensamiento político dominante. Pero la antesala de lo que aparecía como un corte radical dio lugar a una restauración de las viejas estructuras, modos y trayectos. La dirigencia política (e incluso la corporativa) que en el marco del tiempo inmediatamente posterior al 19 y 20 de diciembre optó por el ostracismo para salvaguardar la integridad física y el futuro político, fue recuperando, rápidamente, el centro de la escena. Lugar que, política y discursivamente, estaba vacío, y que, a falta de nuevos contenidos, se llenó del viejo. Se consolidaron las formas políticas que ya habían demostrado su falta de afinidad con cualquier trayectoria emancipadora.

La recomposición vertiginosa del régimen político en la Argentina puede verse como un ejemplo de la flexibilidad de la democracia capitalista, de sus capacidades para apaciguar, desviar, tergiversar, cooptar, fragmentar y anular las presiones ejercidas desde abajo. La situación anterior volvió a reposicionarse como estructurante simbólico. La izquierda (la de los partidos pero también la "social", la "independiente" y la "autónoma") contribuyó. Sin capacidad de ruptura, volvió a aferrarse a las reglas de juego que de hecho nunca había cuestionado seriamente. Ya nadie o muy pocos, como en diciembre de 2001, se preguntan ¿qué es la política? Todos lo dan por sentado: la política es esto que conocemos: puesta en escena, virtualidad, mera existencia electoral, participación obediente y el juego de los bufones de los "niños bien" y no puede ser otra cosa. Hemos cedido a las apariencias. Es difícil mantener la fidelidad hacia el acontecimiento y además no sabemos como. El adveniemiento de lo radicalmente nuevo se retrasa. Pero las causas subyacentes del 19-20 de diciembre de 2001 siguen operando. El reconocimiento o la intuición de que existen fuerzas y contradicciones sustanciales que siguen horadando los pilares del sistema, sumado a la dificultades para construir las herramientas más adecuadas para estos prolegómenos del proyecto popular, genera angustia en los militantes del campo popular que mejor han procesado las experiencias de los últimos años.

El arribo de Néstor Kirchner al gobierno nacional, ha favorecido un proceso de reconstrucción simbólica de la política, que generó confianza en las instituciones y confianza en su capacidad para absorber y resolver los conflictos. Kirchner propuso un contenido óntico inesperado cuando la sociedad preconizaba la dimensión ontológica. El retorno a un capitalismo nacional, a un Estado soberano y redistributivo. Esta es la mentira metafísica en la que se basa la palabra y la pose presidencial y la que le genera tiempo y consenso.

En realidad se ha refundado la ilusión populista sostenida en la confianza en que el gobierno buscará consolidar su capacidad de canalizar los antagonismo sociales, recomponer el principio nacional estatal y organizar desde arriba a la sociedad. Muchos, inocentes y castos, han sido seducidos, todo indica que en poco tiempo, serán abandonados. Otros, más felpudos y funcionarios, seguirán justificando lo injustificable.

Ahora renace la cofradía de los especialistas en cambiar las cosas "desde adentro", a la que se suman los recientemente convencidos en la eficacia de las intervenciones intestinas. Nosotros, menos crédulos, hace tiempo intuimos que interior - exterior es una topología ingenua. No emitimos un juicio moral - lo reservamos para otra ocasión- sobre las tácticas de ascenso social o incluso de supervivencia, pero nos irrita que se las presente bajo horizontes político - estratégicos, que por otra parte nos involucran compulsivamente. Nos agobian los panegíricos apresurados y torpes que a veces ocultan alguna infamia. Nos preocupa, además, la expectativa imprudente de los "progresistas" que creen que su presencia en el gobierno es garantía de la combinación de las luchas sociales y las prácticas institucionales. A pesar de lo que digan los activistas de superestructura, los huérfanos de masas, creemos que la mejor forma de debilitar a la burguesía sigue siendo con la acción de los trabajadores, del pueblo y sus organizaciones.

¿Podrá el gobierno frenar el regreso de la incertidumbre generalizada? ¿Cuánto tiempo más podrá mantener la ilusión sin acciones contundentes?

Lo cierto es que, hasta ahora, más allá de algunos gestos, el gobierno no se ha convertido en vaso comunicante de las demandas sociales, no ha dado pasos importantes en pos del manejo estatal de los servicios públicos y los recursos estratégicos, las estructuras del clientelismo político no han desaparecido para dar paso a la asociación voluntaria y el sistema político no ha avanzado en acciones que propicien la fortaleza de los actores sociales. Los avances en el campo de los Derechos Humanos, sin intervenciones en otros planos que afecten intereses de las clases dominantes, son reversibles y lo más grave es que el conjunto del campo popular pagará las consecuencias de las reacciones.

Asimismo hay algo que resulta cada vez más evidente: una estrategia basada en artificios. A cada encuentro con Fidel Castro, con Hugo Chávez o con Evo Morales, a cada puesta en escena de valor y fortaleza, a cada fingida defensa de los intereses populares, a cada identificación y denuncia de los responsables del saqueo de la Nación, le sigue invariablemente una concesión a los grupos económicos saqueadores, incluyendo a las empresas privatizadas que pujan por la recomposición de las tarifas.

¿Impotencia o perversión? Sin actitudes concluyentes, el gobierno trabaja para el retorno del neoliberalismo en una versión más dura.

El problema de fondo, y el que no perciben los que desde el campo popular apoyan al gobierno o más precisamente a Néstor Kirchner es que, aunque las convicciones del presidente (en algún punto novedosas dado su antiguo acompañamiento a las privatizaciones y otras políticas menemistas) no lo lleven a alinearse al poder, ese será -lamentablemente- su destino irrefrenable. Como en una narración de Edgar Alan Poe, estamos frente a un destino fatal...

Porque el gobierno no parece tener la capacidad de intuir rumbos por fuera de las ortodoxias políticas. Ha producido una incisión en el deseo más que en la realidad. Su máxima aspiración parece ser la institucionalización de los desequilibrios, y el equilibrio (el orden) no es más que un disfraz de autolimitación del poder, una teatralización del afán de controlar su voracidad e impiedad. La igualdad es el "desorden" auténtico y en ese campo, durante el último año, no se han registrado avances considerables.

Porque el gobierno no cuenta con la fuerza política adecuada para emprendimientos radicales o tibiamente populares, es más, el PJ - esa poderosa confederación de intereses a nivel municipal y provincial, ese aparato política e ideológicamente conservador, reacio a las depuraciones y madriguera de todas las prepotencias- aparece como un formidable factor retardatario de cualquier intento levemente progresista.

Porque el vinculo del presidente con esa entelequia (que rehuye a la idea del sustento organizativo concreto) denominada opinión pública, no alcanza para confrontar con el poder. Aquí cabe evocar a Walter Benjamín, quien -escribiendo sobre Karl Kraus- decía que la opinión pública era una atrocidad porque la opinión solo puede ser individual. A Arturo Cancela quien definía irónicamente a la opinión publica como el conjunto de las opiniones de los que no tienen opinión. A Juan D. Perón, que equiparaba la opinión pública a la estupidez política y a la bosta de paloma (no tiene olor, ni bueno ni malo). Además esa "opinión" ha mostrado su maleabilidad como argamasa de la derecha que, a partir del "caso Blumberg" y la instalación de la cuestión de la seguridad como item principal de la agenda nacional, aprovechó para consolidar una aspiración colectiva y fue delineando las condiciones del sometimiento de una buena parte de la sociedad (no sólo la clase "incomodada" por abajo, sino también una parte de la clase "incomodada" horizontalmente y por arriba) a los instrumentos ejecutores que sienten más cercanos a sus afanes y a los que indefectiblemente controlarán (fuerzas represivas y otras). Esta "cruzada" en pos de la legalización de los prejuicios, con sus idas y sus vueltas sigue su curso. El gobierno, con sus políticas de "seguridad", tiende a dar cuenta de esa irracionalidad, alimentando con porquerías estatales el mal aliento de los futuros dictadores. De ese modo el gobierno de Kirchner tiende a ser funcional a las clases dominantes, puesto que la política represiva es hoy la principal garantía de continuidad del neoliberalismo, cosa que las clases dominantes tienen muy claro. La "inseguridad" se combate con políticas que favorezcan la igualdad sustantiva, es decir, afectando los intereses de los sectores dominantes.

Porque los grupos convocados a conformar bases propias y a forjar una asociación que reemplace a la que lo llevó al poder, "transversalidad" de por medio, son asimismo representantes de la vieja política argentina, burguesa y pequeña. Insospechosos de que alguna idea audaz y pródiga se les infiltre en el cerebro o de que los enamore alguna voluntad por construir movimientos emancipadores.

Porque el Fondo Monetario Internacional no resulta el compañero ideal en la larga marcha en pos de la soberanía.

Porque para dar una pelea contra el capital financiero y los grupos económicos hace falta una conciencia política (y gubernamental) de masas, organización popular y movilización generalizada. El poder se alimenta de la apatía de las masas. Aquí se impone el contraste con la experiencia en curso en Venezuela, encabezada por Hugo Chávez.

Porque para salir del neoliberalismo hay que -por lo menos- comenzar a salir del capitalismo.

Porque, como decía el escritor Abelardo Castillo, existen pantomimas hechas para asombrar una sola vez, ya que después aburren y desilusionan.

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