La Masonería ha jugado un papel primordial en México y en otros países, en la defensa del estado laico y de las libertades civiles, por lo que es blanco de los ataques de la jerarquía católica y de escritores afines al gobierno.
Por. Edgar González Ruíz.
Dada la permanencia en el poder de una derecha que recurre al fraude electoral, a violencia y a la manipulación mediática, es natural que surjan brotes antimasónicos, dictados por la convicción o por el oportunismo.
Hace unos meses, en mayo de 2007, Carlos Salinas de Gortai, el expresidente que abrió al clero las puertas del poder, atribuía calumniosamente a la masonería el asesinato del cardenal Posadas, perpetrado en 1993, y del que es sospechoso el propio Salinas.
Casi al mismo tiempo, comienza a difundirse el libro Los Masones en México.Historia del poder oculto (Grijalbo, 2007), de José Luis Trueba, autor de algunas obras de divulgación sobre diferentes temas.
Si bien no surge ostensiblemente en las esferas políticas, sino como parte de los proyectos comerciales de un grupo editorial que suele difundir obras de actualidad política, el libro en cuestión es afín al interés derechista de atacar a la masonería, que en México, al igual que en otros países, ha sido una de las principales instituciones defensoras del estado laico y de los derechos civiles.
En el caso de Masones en México, no se trata de los ataques directos y delirantes que proliferaron en otras épocas, vinculando por ejemplo a la masonería con el satanismo, o que hablaban del complot mundial judeomasónico, en el que creía Salvador Abascal, padre del exsecretario de Gobernación, o como los que lanzaba Anacleto González Flores, organizador de la lucha cristera a quien el pontífice ha llevado a los altares, quien en sus obras se refería a la “trilogía maligna” que incluía a la revolución, la masonería y el protestantismo. quiebra inmensa…”.
El libro de Trueba expresa una nueva antimasonería, que como la derecha de nuestros tiempos, es hipócrita y oportunista. Sustentado en una revisión bibliográfica bastante superficial, y con una mirada muy parcial de la historia y actualidad política, su principal tesis es que la masonería, por sus orígenes y naturaleza es una organización “predemocrática”, que desaparecerá con los “procesos de democratización y acceso a la información”, pues “las sociedades abiertas no son un campo fértil para el florecimiento de las agrupaciones secretas…” (p. 18).
En la campaña de promoción del libro, el mencionado autor ha retomado esa idea, manejándola como una consigna contra la masonería. Por ejemplo, el 19 de julio declaró a EFE que “la muerte dolorosa y lenta” de la masonería en el siglo XX fue resultado del desarrollo de los partidos, que hacían política de cara a la sociedad y no en grupos cerrados, y advirtió que “todo tipo de sociedades secretas, de derecha y de izquierda, luego han tendido a desaparecer con la democracia…”.
Sin embargo, la llegada del PAN al poder en el 2000 significó el arribo al mismo de un peligroso grupo secreto, ultraderechista, católico, contrario al estado laico y a la masonería, y que se llama la Organización Nacional del Yunque. Curiosamente, las actividades del Yunque, de las que Trueba no se da por enterado, pues su interés es exclusivamente desacreditar a la masonería, fueron denunciadas desde 2003 en los libros del valiente periodista Alvaro Delgado, publicados nada menos que por Random House Mondadori, el grupo editorial que edita también la obra de Trueba, quien prefiere ignorar que el presidente del PAN y de la ODCA, Manuel Espino, pertenece a esa sociedad antimasónica, al igual que muchos funcionarios derechistas de alto nivel.
Por lo demás, el ataque de Trueba contra la masonería está a tono con la propaganda oficialista que pregona la supuesta vigencia de la democracia en México, pero lo cierto es que no hay tal, como se evidenció en el fraude electoral y la imposición del año pasado, así como en la creciente militarización del país que lleva a cabo la derecha en el poder. En su “investigación” Trueba no se percató de la presencia de muchos masones en el Plantón de Reforma en apoyo a la democracia y en los actos de resistencia civil, ni en la defensa que la masonería, al igual que grupos evangélicos y onGs están haciendo de una demanda popular que es la preservación del estado laico, cuya implantación en México, desde el siglo XIX, fue un enorme avance histórico impulsado precisamente por la masonería.
Como el propio Trueba señala, su libro es “una obra de divulgación” y no “un trabajo para especialistas”, por lo que la revisión bibliográfica que lo sustenta es bastante superficial, lo mismo que su conocimiento de la institución a la que se refiere, que si bien tiene prácticas secretas, no es en sí misma una sociedad cuya existencia se oculte, como es el Yunque.
Con la bandera de una falsa objetividad, con la que pretende rechazar por igual lo que él llama la “visión demoníaca” y la “angélica” sobre la masonería, es decir, las exageraciones en contra o a favor de la masonería, Trueba trata de desdeñar el papel de la masonería en la historia, considerando “insostenible” que “los miembros de las logias son los protagonistas de los más luminosos acontecimientos de la historia patria”.
Sin embargo, el papel de la masonería en la historia de México, habrá que valorarlo de acuerdo con las convicciones que se sustenten. Para los partidarios del libre albedrío y del estado laico, la obra de Juárez es el momento más luminoso de nuestra historia, mismo que detestan o desdeñan los conservadores y sus aliados. Baste señalar, para ubicar el papel de la masonería en la historia del país, que bajo ciertos criterios sus dos mandatarios más destacados han sido Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, mientras que los más deplorables, precisamente los dos últimos: Vicente Fox y Felipe Calderón, Fecal, quien carece incluso de legitimidad, son católicos militantes, enemigos declarados de la masonería, aliados a sociedades secretas de la ultraderecha.
Superficialidad es una constante en el libro de Trueba, dividido en cuatro capítulos, donde pretende revisar la historia de la Masonería en la mundo y en nuestro país.
Menciono sólo algunos pasajes donde es evidente esa tendenciosa superficialidad muy acorde con el oficialismo actual. Al examinar la edición de 1970 del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (quizás porque fue la única que tuvo a la mano), le surge la sospecha de que esos académicos no querían “entrar en detalles incómodos” sobre la masonería, para no “enfrentarse o enemistarse” con Franco, quien “estaba convencido de que los masones y los comunistas fraguaban conjuras contra su gobierno”, y para no hacerse sospechoso de criticar en particular al dictador católico, Trueba remata con una arbitraria generalización: “Las creencias de los dictadores siempre parecen indubitables” (p. 25).
En realidad, más allá de los mitos sobre las prácticas masónicas, el dictador católico Francisco Franco persiguió a la masonería porque esta defendía el estado laico y las libertades individuales, y se oponía a la hegemonía de la jerarquía católica, lo cual está muy claro en la Ley contra la Masonería, del 2 de marzo de 1940, donde Franco condenó a muerte a los masones y a otros disidentes.
Según su artículo primero, constituye un delito “pertenecer a la masonería, el comunismo y demás asociaciones clandestinas…El Gobierno podrá añadir a dichas organizaciones las ramas o núcleos auxiliares que juzgue necesarios…”
(Fernando Díaz Plaja. La España franquista en sus documentos, Plaza Janés, Barcelona, 1976, pp. 29 a 30).
“Artículo segundo. Disueltas las indicadas organizaciones, que quedan prohibidas y fuera de la ley, sus bienes se declaran confiscados…”
“Artículo tercero. Toda propaganda que exalte los principios o los pretendidos beneficios de la masonería, o del comunismo o siembre ideas disolventes contra la Religión, la Patria y sus instituciones fundamentales y contra la armonía social, será castigada con la supresión de los periódicos o entidades que la patrocinasen e incautación de sus bienes, y con penas de reclusión mayor para el principal o principales culpables, y de reclusión menor para los cooperadores”
“Artículo cuarto. Son masones todos los que han ingresado en la masonería y no han sido expulsados, o no se han dado de baja de la misma, o no han roto explícitamente toda relación con ella, y no dejan de serlo aquellos a quienes la secta ha concedido su autorización, anuencia o conformidad, bajo cualquier forma o expediente, para aparentar alejamiento de la misma…”
“Artículo quinto. Apartir de la publicación de esta ley, los delitos de masonería y comunismo, definidos en el artículo cuarto, serán castigados con la pena de reclusión menor; si concurriera alguna de las circunstancias agravantes expresadas en el artículo sexto, la pena será de reclusión mayor”
“Artículo sexto. Son circunstancias agravantes, dentro de la calificación masónica, el haber obtenido alguno de los grados 18 al 33, ambos inclusive, o el haber tomado parte en las asambleas de la asociación masónica internacional y similares o en la asambleas nacionales del Gran Oriente español, de la gran logia española o de cualquier organización masónica residente en España, o el haber desempeñado otro cargo o comisión que acredite una especial confianza de la secta hacia la persona que la recibió…”.
En la represión sangrienta contra la masonería, Franco actuó en conformidad con los dictados de la jerarquía católica, y desde 1939, su dictadura contó con la sumisión de la Real Academia de la Lengua, como se proclamó en la edición del Diccionario distribuida ese año. No era prudencia sino complicidad de esos académicos con el franquismo su reserva acerca de la Masonería.
El otro ejemplo que selecciono es la afirmación de Trueba sobre la inexistencia de los “supuestos vínculos de la masonería con el protestantismo, cuyo único sustento verificable es el origen inglés de las logias” (p. 59)
Nuevamente, la superficialidad de que se hace gala en el texto es asombrosa. En primer lugar, el protestantismo tiene muchas manifestaciones, hay miles de iglesias protestantes y evangélicas, con sus propias prácticas y doctrinas particulares, pero algunas de ellas sí se identifican fuertemente con principios compartidos con la masonería, como el libre albedrío y la defensa del Estado Laico. Esa afinidad se manifiesta especialmente cuando el laicismo corre riesgo por las embestidas de la derecha clerical.
En México, entre los personajes que colaboraron a la coalición de evangélicos y masones destaca el maestro masón Luis Rodríguez Núñez, que escribió obras como Las Leyes de México y la Iglesia Católica Romana (Cuernavaca, 1968), y Dos Polos Opuestos (1971), donde en forma directa, clara y sencilla, enuncia una verdad que no debemos olvidar hoy: “La Iglesia católica romana y la Francmasonería serán siempre dos polos opuestos: el negativo y el positivo, pues de hecho representan las tinieblas y la luz, el retroceso y el progreso, respectivamente”.
Los fieles de algunas iglesias evangélicas siguen leyendo y consultando los libros de Luis Rodríguez, mientras que la jerarquía católica y la derecha, hoy en el poder, sigue tratando de destruir el estado laico y de hacer imposible la democracia, negando la alternancia en el poder.
Como “obra de divulgación” que es, Masones en México, de Trueba, en sus 291 páginas retoma algunos pasajes de obras conocidas y reitera sus planteamientos que brindan a la derecha en el poder una consigna y un enfoque tendencioso para atacar a los masones.
El ataque hipócrita contra la masonería en ese libro está presente desde la dedicatoria misma (“A Patty y Damián, los miembros de la única sociedad secreta a la que me interesa pertenecer”), hasta sus últimas páginas, con afirmaciones tramposas que desdeñan el papel histórico de la masonería. Leemos, por ejemplo, que en México “muchos próceres nada tuvieron que ver con esta sociedad secreta”(17). Esto es simplemente un truco del discurso que suele usarse para desacreditar a un determinado grupo, como si dijéramos: muchos grandes hombres no fueron judíos, o no fueron franceses o mexicanos, etc, que es simplemente un recurso odioso para restarles mérito a los grandes hombres surgidos de ese grupo, o esta otra: “los vínculos entre los masones y los grandes movimientos sociales del siglo XVIII no son tan profundos” (p. 70), ejemplo del sofisma de desdeñar un hecho usando términos relativos (“no son tan profundos”: ¿al gusto de quién?).
Si bien a lo largo del volumen, Trueba hace referencia ocasionalmente a los excesos de la lucha del clero contra la masonería, en el epílogo, titulado Fulgor y Muerte, el autor da rienda suelta a su encono contra la masonería.
Afirma que en la época posrevolucionaria la masonería se convirtió en una “pieza de museo” desdeñada por el gobierno, lo cual es confundir el poder con la razón. Si los gobernantes de México fueron claudicando en su defensa de los ideales y de las leyes surgidas de la Reforma y de la Revolución, esto no quiere decir que esos ideales, que sigue enarbolando hoy la masonería, no sean válidos, independientemente de incongruencias y claudicaciones.
En las páginas finales, Trueba desenmascara un poco más su afinidad con la derecha que gobierna hoy a México, al comparar falazmente a las políticas sociales de la revolución e incluso a la educación sexual que promovió Cárdenas, con las políticas seguidas por el fascismo y el nazismo.
No es un argumento ingenioso ni nuevo, sino un viejo tópico de la derecha católica, que en el sexenio de Cárdenas se oponía a esa enseñanza, lo mismo que a la coeducación de niños y niñas, y asesinaba a los maestros que la impartían porque consideraban que estaban “prostituyendo” a los educandos al enseñarles los hechos básicos de la reproducción, en lugar de decirles que a los niños los mandaban “en cajitas” desde París.
No fueron los masones sino los derechistas católicos, militantes del Sinarquismo y luego del PAN, quienes simpatizaron con Franco, con Mussolini y con algunos aspectos del nazismo, pero ya en épocas posteriores, pregonaron que la educación sexual era “totalitaria” y de inspiración “pronazi” porque apelaba a la idea de la eugenesia.
De la misma manera, en su libro, Trueba ataca la educación y la liberación sexual en los siguientes términos:
“….cuando los miembros de las sociedades secretas comenzaron a defender la eugenesia, la “liberación” (las tendenciosas comillas están en el original) de las mujeres y a promover la educación sexual en las escuelas –lo que para los ojos menos entrenados podría parecer una posición progresista-, no hacían otra cosa que seguir los pasos deHitler y los nazis….” (p. 273)
Por cierto, la posición reaccionaria que expresa Trueba es la misma que siguen sustentando grupos antiabortistas que consideran el aborto o la planificación familiar como medidas inspiradas en el racismo de los nazis, y no como derechos que surgen del libre albedrío.
El ataque a la educación sexual a la vez que a la masonería, como lo hace hoy Trueba, pero con otros términos, era la posición sustentada en los años 30 por militantes católicos, que por ejemplo en un volante que se conserva en el Archivo Palomar y Vizacarra del Centro de Estudios sobre la Universidad, y que circulaba en Guanajuato en abril de 1934 presentaba la educación sexual como producto de “los fines corruptores de la masonería” a la que acusaba de designar “profesores que se encarguen de pervertir a la juventud” y convocaba a un boicot antimasónico: “!No se les compre (sic) ni se hagan tratos con ellos!” y se señalaba por su nombre a supuestos miembros de la masonería en la entidad.
En suma, la pugna entre los masones y los sectores afines a la jerarquía católica no se ha generado por exageraciones “demoníacas” o “angélicas”, ni como parte de una etapa “predemocrática”, sino que está en continuidad con las luchas entre liberales y conservadores, cada uno de esos bandos con sus partidos y organizaciones públicas y secretas. Es una lucha que resurge hoy en día con las campañas del clero contra el artículo tercero y para garantizar su intervención abierta en los asuntos políticos.
gaboenrebelion
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